Alguien dijo alguna vez que el error más grande como lector es sentirse identificado con el autor, porque esa visión ya no puede ser objetiva, pues una vez nos pasa eso, el campo de las emociones ha sido conquistado sin remedio y ahí la objetividad no tiene cabida.
Yo afortunadamente no creo en la objetividad y el campo de mis emociones es suficientemente vasto para ser siempre conquistado; además, como medio de aprendizaje confío más en mis emociones que en mi racionalidad ( a la que by the way no conozco tan a fondo como a aquellas). Así que este, al igual que todos los comentarios que hago respecto a algo, está fundamentado en la emoción y no en la razón, pues es así como vivo el cine: frunciendo el seño, abriendo la boca, agarrando los brazos del asiento, riendo a carcajadas, sobrecogiéndome y llorando –ya sea de felicidad o de tristeza, de susto o decepción, no importa cual sea la situación yo siempre tengo lagrimas de mas para mantener mis mejillas hidratadas y también para no perder la costumbre-
Confieso que a mi me cautivaron desde la primera escena, pues escuchar “you’re just too good to be true, can’t take my eyes off on you...” estremeció mis emociones y apagó mi precaución. Y pues, Rosario me encantó! Las tijeras no se vieron tanto como su revólver y la carga simbólica que tenía su obesidad no pudo ponerse sobre el escultural cuerpo de Flora, pero todas estas pequeñas inconsistencias fueron muy bien justificadas en la película.La sutileza en los detalles más mínimos, como los gestos para nada sobre actuados, la ambientación del mundo en el que vivían estos personajes y como diría Nap: “que chimba los colores marica, muy buena fotografía guon”
La cinta que la acompañaba siempre cubriendo su brazo y sus pecados con pena y dolor, esa cinta que solo se movía entre el blanco y el negro, que era luto constante y muerte en vida. Y sus besos que despedían con éxtasis. El concepto de amor tan lleno de matices y colores, donde el verdadero es el que no se toca y el cuerpo se da al que se quiere de otra forma. Rosario era un lecho donde todos encontraban un poco de ellos y por eso se perdían a su encuentro.
Me gustó, me gustó la manera como manejaron todos esos elementos: la religión como mediadora entre la vida y la muerte, la música como el componente fundamental, y qué decir del tiempo que hasta se detuvo con ella, como redimiendo su andar, irónicamente eso fue lo que siempre le faltó, tiempo para meter dentro del tiempo que ya había vivido, pero nunca tenido. Hasta el tiempo la honró con su último favor quedándose el reloj en las 4:30.
Si, como lectora de esta película y espectadora del libro confieso orgullosamente haber cometido el error de principio a fin y gracias a eso haberme gozado plenamente ambos escenarios.
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