La verdad, ya olvidé la fecha, pero lo importante es que recuerdo todas y cada una de las sensaciones que me produjo ver esas notas musicales que salían expulsadas por doquier, que me mecían el cuerpo y me hacían sonreír con los ojos.
La cosa fue así; yo sentada incómodamente en un muro improvisado que hacía las veces de silla, aunque obviamente sin el cómodo espaldar y sin espuma que amortiguara mi trasero frío y a medio poner. El teatro a reventar y yo desde abajo podía observar, gracias a la forma circular del lugar, a cientos de cabezas que tenían sed de jazz. Mi pequeña acompañante no quiso quedarse a compartir mi incomodidad, sino que fue a buscarse la suya en el último piso desde donde todo parece irreal y lejano, así que cada una se acomodó donde mejor le incomodó y decidimos ver el show desde nuestras propias desazones.
La primera parte no merece ser narrada, solo diré que fueron ritmos más triviales y conocidos, así que por supuesto yo menguaba posiciones a cada instante para engañar mi cuerpo con la idea de que esta perspectiva era mas cómoda que la anterior y que la siguiente mejoraría notablemente las molestias causadas por la precedente, pero era inútil, él no se convencía de eso y evidentemente sabía de mis intenciones timadoras. Así que la música de la primera parte solo me causó impaciencias corporales.
Hubo un interludio en el que la gente decidió pararse, estirarse y desencajarse, así que subí rápidamente para echar un vistazo a mi pequeña compañera quien ciertamente disfrutaba de la función, más por el hecho de sentirse tan arriba que por la función misma, le insinué que bajáramos al ver tantos cómodos asientos vacíos, pero ella insistió en que ese lugar era casi perfecto, suspiré como cuando uno sabe que es imposible convencer al otro de algo. Hice un escaneo general de los posibles lugares en los que podría por fin dejar descansar mi pequeño y magullado trasero y descendí con la agilidad que me daba el saber ese lugar de memoria, pero todos los puestos vacíos a pesar de sus dueños ausentes, tenían centinelas pendientes que velaban por la seguridad de que a esos lugares retornaran cuerpos que encajarían perfecto en el ya formado molde. Desistí pues de mi búsqueda y regresé resignada a mi puesto original antes de que alguien más se robara mi incomodidad, a mi lado ya no estaban los dos hombres que ocupaban esos improvisados sentaderos en un principio, ahora habían dos mujeres que hablaban amistosamente entre si y me lanzaban una que otra pregunta irrelevante para abrir conversación.
De pronto, sin anuncio alguno, aparecen en el escenario una viola, una guitarra, una batería y un saxofón hecho hombre...
Ya no supe más de mí, solo que mis hombros y el resto de mi cuerpo, se hizo etéreo y se mecía
3 comments:
mmmmmmmmmmm ok
Washh anoche lo vi en un pequeño bar de chapinero en bogota, que buena musica en serio felicitaciones y exitos
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